Dios confunde
Llegué al primer piso.
Los abuelos estaban agobiados por el calor
de diciembre.
La brisa tibia escalaba por los ventanales
y mientras ayudaba a las hermanitas a
servir la comida
sonaba una olvidada canción de Nino Bravo.
Pregunté si sabían algo del misterioso
angelito que había
guiado a los rescatistas hasta el lugar de
la tragedia.
—así
como apareció desapareció- --dijo un
seminarista.
Una de las cocineras agregó su bocadillo —fue un milagro-.
Chiquita, una de las ancianas que suele
recitar a Borges,
—sorprendente
luminosidad --agregó Chiquita, una de las ancianas que
suele recitar a Borges—.
Se
formó una ronda en el comedor y todos veían en el niño un ángel
Niño
Ángel
Ángel
Niño
Yo mientras tanto barruntaba que en la
tierra del realismo mágico
todo podría ser posible.
Los abuelitos seguían masticando con una
voracidad exánime.
Me
acerqué a una de las mesas y comenté lo sucedido
— Dios confunde dijo el padre Luis, un sacerdote jubilado—
Quedé
unos minutos turbado, como avistando posible el Paraíso,
y
que ciertos ángeles, tal vez custodiaban mi camino.
Puse
rumbo hacia la sala de tv ordenando el tránsito de silla de ruedas.
El
noticiero continuaba con el rimbombante homenaje al equipo Chapecoense, y alguien
respondía a un periodista:
—Cuando
veo esta lluvia yo creo que debe ser San Pedro llorando por la muerte de estos
jugadores.
Finalizada
mi misión, y ya bajando la escalinata de mármol, cortésmente saludo a la madre
del hogar, a quien con intriga y con prisa pregunto:
—¿han
encontrado al niño ángel?
—Ya
lo han encontrado. Era un lugareño- —dijo
con benevolencia—
Las
palabras del aquel sacerdote regresaron a mí como un eco de hielo.
Dios
confunde
Dios
confunde
Dios
confunde
C.M.