11.6.24

Nadar

NADAR

Palabra que viene del verbo latino natāre. Desplazarse en el agua, ejecutar los movimientos necesarios, sin tocar el suelo ni otro apoyo.

Nadar, con cada braceada el minutero avanza y retrocede.

El agua circula, fluye, envuelve. Los pensamientos levitan. Despierta el mito griego de  Hero, y su amado Leandro.

Hero, sacerdotisa de Afrodita, vivía en una torre en el Helesponto y Leandro vivía al otro lado del estrecho y se amaban en secreto, pues sus padres se oponían. Para verse, los jóvenes llevaron adelante un plan. Hero encendía una lumbre en lo alto de su torre y Leandro se guiaba por la luz, como si fuera un faro, y así él cruzaba a nado para unirse con su amada. 

Nadar. Amar. Nadar.

Una noche se desató una furiosa tormenta. Hero se había quedado dormida, sin darse cuenta de que la lumbre se había apagado. Leandro luchaba con las imbatibles olas del mar y al no ver la luz, se perdió y se ahogó. Hero descubrió el cuerpo exánime sobre la playa, y desolada se quitó la vida. Las doloridas burbujas de agua ascendieron, y como estrellas cubrieron el cielo, recordando esta bella leyenda de amor eterno.

Nadar. Amar. Nadar.

Palpita el crepúsculo con sus reflejos ilusorios sobre el agua. Nadar y sumergirse, refugiarse en la acuosa ingravidez. Regresar a un lugar seguro, donde el tiempo y el silencio fluyen, y se abrazan con el misterio fugaz de la vida, y de la muerte.

C.M.


2.6.24

Escuchando una sinfonía de Tchaikowsky

Estatua de Piotr Ilyich Tchaikovsky en Votkinsk Rusia.
 

ESCUCHANDO UNA SINFONÍA DE TCHAIKOWSKY

 el crepúsculo invernal palpita

en Buenos Aires y el tiempo

se extingue y nace y retrocede.

La melodía domestica las ansias

Buenos Aires por un momento

será San Petersburgo y suena la

“Nº 5 en mi menor Op. 64”.

 

Escuchando una Sinfonía de Tchaikowsky

 en la sala roja de conciertos

vociferan inaudibles truenos y relámpagos

resabios de un alma dulcemente atormentada.

La melodía se enciende y se apaga

como la montaña rusa del destino

como una partida ilusoria

hacia el arcoíris del abismo.

La melodía se apaga y se enciende

como el vuelo triunfal del vencejo

como cenizas hechas corona

hacia la fama evanescente.

 

Escuchando una Sinfonía de Tchaikowsky

 suenan los redobles del timbal

y luego las trompetas

las cuerdas y la flauta.

La melodía se enciende y se apaga

se apaga y se enciende

alucinación y apocalipsis.

 Los aplausos se ponen de pie

y las palmas sepultan recuerdos

del silencio del veneno fatal.

 

C.M.


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